La sensación era suave, reconfortante, como el calor de un rayo de sol atravesando el cristal.
Mónica levantó los ojos hacia la ventanilla, buscando en la oscuridad de la noche de Febrero el motivo de esa tibieza pero el vidrio solamente reflejaba el interior del atestado autobús con sus viajeros hacinados, indiferentes. Entonces lo descubrió. Moreno, vulgar. Ni guapo, ni joven, situado detrás de ella, pero no cerca. Parecía estar mirando en su dirección, a su cuello. A ese punto que, de puro calor, parecía ir a estallar en llamas.
Los ojos oscuros del hombre, como atraídos por su mirada a través del cristal, abandonaron el punto de su cuello donde la sangre latía, caliente y acelerada, hasta prenderse en sus ojos reflejados en el fondo negro de la noche. No sonreía.
-Señora… su parada – La voz del conductor hizo que Mónica desviara la mirada de los ojos hambrientos reflejados en el negro cristal. Bajó del autobús y se internó en la semi-oscuridad del pequeño parque rumbo a la calle que se adivinaba a través de los árboles.
Fue cuando el sonido del autobús se perdió en los ecos de la noche que escuchó el sonido de los pasos que la seguían. Esperó el miedo… pero la sensación que empezaba a filtrarse por sus venas no tenía nada que ver con él. El corazón se aceleró en sus sienes, dilató sus pupilas e hizo que sus pasos vacilaran haciéndose cada vez más lentos.
No había avanzado veinte metros cuando notó un brazo rodeando su cintura, una boca se apretó a su cuello, en el mismo punto donde todavía podía notar el calor de la mirada del hombre. Una lengua recorrió lentamente el costado de su nuca, el filo de unos dientes… disparando ríos de sensaciones por sus venas.
Una mano grande, fuerte, se deslizó por el costado de su cadera buscando el borde de la falda mientras el brazo que rodeaba su cintura la atraía hacia el hombre detrás de ella, hasta que notó la dureza de su pene entre las nalgas.
-¿Quieres? – Una voz murmuró suavemente en su oído -Sólo niega con la cabeza y vete si quieres. No te detendré.
La voz profunda, sonora, hizo que el estómago de Mónica se encogiera. Una humedad traicionera empezó a empapar el tanga. Sus manos subieron y empezaron a desabrochar los botones de la blusa, no quería que nada, absolutamente nada, indicara al hombre que no estaba interesada.
La vibración de una risa contra su espalda coincidió con la mano empezando a subir el borde de la falda, sólo unos segundos después los dedos, largos y algo ásperos, encontraban el elástico del tanga y se introducían en su interior, separando los pliegues de su sexo empapado.
Mónica se inclinó ligeramente hacia adelante apoyando las manos en el árbol que estaba frente a ella. Separó los muslos y empujó hacia el hombre a su espalda…
Algo se había perdido. En algún momento el tiempo había dado un salto sin avisarla, porque el calor que se apoyaba entre sus nalgas pertenecía a piel desnuda. El pene del desconocido buscaba el roce con su sexo mientras unos dedos extendían suavemente su humedad, sondeaban, acariciaban su clítoris, elevando su excitación a cotas increíbles.
Su tanga había desaparecido, el pene del desconocido encontró por fin la entrada de su cuerpo, resbalando, llenándola completamente.
El orgasmo la tomó de improviso. Lo expuesto del lugar, lo sorprendente de la situación, el propio desconocimiento de la personalidad de su pareja eventual, añadían excitación al momento. La voz profunda, susurrando palabras en su oído, palabras que no llegaban a su cerebro, si no que explotaban directamente en su interior intensificando sus sensaciones, prolongando las contracciones alrededor del pene sumergido en su interior.
-Señora… ¡¡¡SEÑORA!!! ¿No me dijo que le avisara al llegar a su parada?- La voz del conductor hizo que Mónica desviara la mirada de los ojos hambrientos reflejados en el negro cristal. Un gracias ronco, arañó su garganta al salir entre sus contenidos jadeos, mientras asentía y cruzaba la puerta del autobús, notando la humedad resbalar por sus temblorosos muslos.
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